16.4.07

gomitas

Quedo con la clienta en que nos encontramos a las ocho y media en la puerta de los tribunales. Allí estoy yo, puntual y prolijo, como es costumbre, a las ocho y veinticinco.
A las 8.35 aun no llegó, asi que la llamo al celular y me dice que está en camino, que viene en un taxi. Me late que voy a estar esperando un fastidioso rato. Acierto.
Quizá sea mejor que advierta ya de entrada que en los ultimos tiempos ya tuve con esta mina numerosas fantasias homicidas. No es que yo esté loco o sea un limado o un imbécil. Ella me da razones, les juro. No se precisar cuales son esas razones, pero hay razones. Por ahi tiene que ver con esa forma suya de hablar , así, a trompicones y atragantandose con las palabras. Habla hasta quedarse sin aire, toma un respiro y vuelve a arrancar. Y dice una cantidad de estupideces sorprendente. Y no escucha nada de lo que uno le dice. Y corrige sistemáticamente todo lo que está bien. Y hay que empeñarse sistematicamente en convencerla de no hacer lo que no le conviene. Y eso, les juro, te deja agotado. Te deja agotado aunque seas un tipo paciente, razonable y civilizado como lo soy yo. Te deja agotado aunque en algun momento de la conversación con la mina pongas la cabeza en piloto automático y dejes de escucharla y le digas todo que si. Te deja agotado aunque no pares de recordarte que no la podés mandar a la mierda porque es amiga de la familia y todo eso. Te deja agotado, man. Agotado.

Bueno, es una linda mañana lluviosa hoy, asi que ando con paraguas, uno de esos paraguas elegantes, largo y fuerte. Punta de metal. Mango de madera. Asi que no es muy dificil entregarse a ensoñaciones. Que le saco un ojo con la punta (o le atravieso la garganta, que joder). Que le rompo la nariz con un golpe seco del mango, la trompa llena de chocolate, ja!. Porque encima de que es una vieja de mierda, se permite llegar tarde.

Pero no es solo eso, tambien sucede que, pese a haber salido sin desayunar, tengo unos retortijones que te la regalo. Carajo, me duelen las tripas y me cuesta horrores mantenerme derecho. Asi que alterno, de a momentos me imagino degollándola o dándole patadas en las costillas, de a momentos un estremecimiento en el bajo vientre me llama a la realidad. Y asi.
No quiero pensar mas, ni en la vieja ni en las tripas. Asi que me paro en la puerta y miro a la gente. El policía de la entrada, los que salen a la calle a comprarse puchos, los correos de tribunales metiendo los expedientes en bolsas para que no los agarre la lluvia.

Y pasa un muchacho, está comiendo unas gomitas tipo Yummy. No se si las gomitas Yummy todavia se fabrican, pero si no son Yummy le pega en el palo. Y al lado suyo va un perro (primero me pienso que es del pibe, pero lo miro mejor y se nota que es un perro callejero), que se detiene cuando el pibe se detiene, que se pone en dos patas a esperar cuando ve que el pibe, parado en medio de la vereda, se pone a hurgar en la bolsa de gomitas. Y el pibe revuelve la bolsita, supongo que para darle una gomita al perro. Y parado ahi, ensimismado, revuelve la bolsita como por quince segundos (y yo supongo que trata de elegir la que menos le gusta, total, que carajo sabe el perro)
Pero el muy hijo de puta, el reverendo conchudo, elije una gomita naranja, se la come y sigue caminando lo mas pancho. Y el perro que se cague. No les puedo explicar la cara del perro, pobrecito. Mi primer impulso es rajarle un paraguazo al muy pelotudo. Pero me parece mas sano ir al quiosco de la esquina y comprar una bolsa de Yummy para el perro. Lo llamo al chucho y me sigue, seguro que está acotumbrado a la gente. Aasi que compro una bolsa de gomitas y un malboro de 10 (son extraños los caminos del señor para hacerte volver a fumar). Le tiro una y la ataja en el aire, bien chucho!, y otra, y una tercera. Pero no voy a estar tirandole una por una las gomitas al perro como un pelotudo. Asi que vacío la bolsita en el cordón para que el animalito se las morfe tranquilo.
No miro alrededor. Si mirara seguramente vería a alguien contemplando con intriga o con sorna como un tipo bien trajeado y de flamante piloto azul, con un paraguas bajo el brazo y un maletín de cuero apretado entre las rodillas, se agacha para darle de comer gomitas de colores a un perro. Me importa un carajo.

Un retortijón me hace acordar para que estoy ahi. Vuelvo a la puerta del juzgado y a la espera. La clienta llega 9 y 10. Creo que hasta me alegro, me dió tiempo para dos cigarrillos.
Suelta unas disculpas y un par de incoherencias, me firma los escritos, suelta un par de incoherencias más, le dejo las cosas para que las presente ella (por hacerme esperar) y me rajo.
No tengo ganas de hacer mi ronda de tribunales de hoy. Necesito un baño. Necesito una libreria. Quiero caminar por Lavalle bajo la lluvia, fumando un pucho, agarrando todos los papelitos de las putas y de compro celulares, escuchando al pasar fragmentos de tango for export.

Es un horror saber que el dia recien empieza.

23.3.07

julia

Sexy Sadie how did you know, the blog was waiting just for you
Finalmente sucedió. Debo decir que me lo esperaba, que tarde o temprano iba a ocurrir. Ayer al mediodia Julia entró a este blog, sin que nadie la invitara, sin que se la pusiera sobre aviso.

Casi se muere de un infarto.

Casi me muero de alegría al saber como la hice sufrir. Ser autor de palabras capaces de hacer doler es una gloria.

Algunas aspectos en los que no voy a profundizar mayormente:
  1. como le cagué la jornada, rompiendole el corazón un rato, llenandole los pulmones de humo y la garganta de bilis, minándole la rutina que había diseñado por la mañana
  2. las cosas que leyó y pensó que eran verdad
  3. las cosas que leyó y eran verdad.
  4. como es que Julia me esperó en una mesa de la calle de un bar en la esquina de Cabildo y (x), adivinando por cual de los tres caminos posibles regresaría a casa luego de bajar del subte (y que quede claro que el azar queda descartado, julia odia a Auster.
  5. lo estúpidamente bovina que es la cara de algunos parroquianos cuando una pareja discute a gritos en un bar
  6. si sale o no sale la cerveza de una de mis chombas con cocodrilo en el pecho
  7. la parte seudocivilizada de la conversación
  8. como finalmente conseguimos entendernos con la ayuda de unos piscos y unos platos peruanos
  9. el epílogo de madrugada (basta de hablar de sexo acá, este blog apesta a sabanas cansadas)

El asunto es que no voy a explicar eso ni nada. Estoy lacónico, prefiero dejar que ella hable por mi. Así que pego abajo el mail que me mandó hoy por la mañana. El texto que está en bastardilla corresponde a la parte que me pidió que no publicara:


Tantas, tantas cosas en mi cabeza ahora.
Un texto, dos, tres.
Yo siendo vos contándome como lograste engañarme diciéndome que el contenido de tu blog era ficción.
Yo relatando cómo el corazón me explotó, literalmente, cómo logre bajarle el ritmo con 20 cigarrillos en menos de 3 hs.
Yo escribiéndote cómo, la mañana después del incidente, leí tu blog y me calenté un poco en la parte que atañe a tu ex, y cómo te entendí en eso de escribir pensando en otro y no me enojé, sino todo lo contrario:

Bien podría pensar que qué mierda que sea tu ex y no yo quien explote en tan bella prosa, tan devorable (claro que en crudísimos términos, el hecho de leer sobre tu relación anterior me encanta, no se porqué, pero mi morbo me lleva a querer saber cada detalle ínfimo. Incluso en alguna oportunidad pensé en ir a buscarla a la facultad. Me muero por ver su cara, su piel color aceituna y sus tetas increíbles, y compararme e imaginarte cogiendo así a lo loco como siempre me los imaginé, mas allá que tu texto me lo haya confirmado. Me gustaría conocerla y seducirla y hasta cogérmela sin que sepa quien soy.) pero no es así, primero porque ya ha explotado en reiterados mails y segundo… ya voy a explayarme sobre eso.
Por otro lado están mi angustia y mi irrefrenables ganas de fumar. Siento un dolor en el pecho todavía cuando releeo tus cosas. Todavía tengo dudas y se me ocurren estupideces, pero la verdad es que decido creerte, porque confió en vos y parte de lo que me pasó ayer fue no poder creer que seas capaz de hacerme una cosa así.
Todavía siento la necesidad de irme a casa, de no trabajar, de pasarme el día escuchando música triste y pensando en vos. En ese vos que se cogió a otra y que no tuvo ningún remilgo en contarlo con lujo de detalles. Tu personalidad se desdobló y ahora sos dos, para siempre. Lo siento mucho pero cuando no estas conmigo no puedo no pensarte como en ese que esta en letras. Y ahí es cuando me angustio y quiero salir a fumar y a desatar mi traquea. Y a llorar, quiero desatarme y llorar. Mucho, pero no puedo, de alguna manera el nudo en mi garganta deja pasar el humo pero no el llanto. Hay algo que no me deja tranquila y tengo miedo que sea para siempre. Hay un antes y un después, no soy la misma luego de todo lo que me pasó ayer. No lo soy, cada cosa que haga va a estar impregnada de ese pastoso gusto a mierda durante un tiempo. De hecho se me ocurrió, en algún momento de confusión, que el sexo desenfrenado que tuvimos ayer despues de que peleamos, y hablamos de todo esto y nos arreglamos... bueno, que ese coito (como te gusta decir a vos) furioso y amoroso de ayer venía a ser una manera tuya de atajarte por el texto de tu ex que yo iba a mirar hoy con lujo de detalles ( que no es así, tómalo como la falacia de Hume a la inversa).
Mi cuerpo salió del shock de ayer, se despertó y empezó a sentirse así y no puedo hacer nada para detenerlo, solo puedo vivir en el, a pesar de. Es una mierda, pero es así. Puedo pasar un tiempo digiriéndolo, o tratar de olvidarme, como ayer. Quizás esa ultima sea la mejor opción, las mas conveniente a los fines de que nuestra relación no se vaya al carajo, pero en definitiva, cada vez que esté sola, o ebria, o escribiendo, o mirando tu blog, voy a volver a sentirlo. Así que mas vale pasar el mal trago y ser mucho mas Nico, these days.

Con respecto al blog. (pausa y suspiro) Me alegra saber que por fin te decidiste a escribir, me encanta que desnudes tu realidad en esos relatos y no te pongas a forzar la ficción pura para que te salgan las mierdas que me salen cuando trato de hacer algo distinto para el taller.
Dos, me siento una imbécil, por exactamente lo que te acabo de decir, siento vergüenza de las mierdas que te di para leer, de esa prosa mezcla de sitcom yankee y cuento de Woody Allen. Porque no puedo escribir a otro, porque no puedo no descargarme, porque para mi escribir siempre fue eso y cuando mi vida se torna estupidamente feliz no se que decir, y mis momentos mas iluminados implicaron siempre esta piedra en el estomago. Supongo que ahora siento que podes entenderme un poco mas. Que todo esto que pasó también puede estar buenísimo, y me entusiasma, todo lo que puedo escribir al respecto, todo lo que me está haciendo sentir, todo lo que es anécdota y las ideas que se disparan, las charlas que están por venir, junto con el invierno.
Y de ahí viene algo que se hace necesario decirte: tus textos, su contenido, en ningún modo me ofenden me enojan, tus mujeres, son lo mismo que mi R. Hay algo ahí, una historia, hermosa, intrigante, que hace que nos den ganas de contarla una y otra vez, y variarla y desarmarla a nuestro gusto. Y si vos no volverías con tu ex y yo no le daría bola a R. por nada del mundo, eso no quita que no estén ahí, para algo. En mi caso, en una obsesión, algo que no cerró, que me dejó con las ganas, que vuelve cuando duermo y cuando viajo. Bueno y ahora en el barrio… Preguntarme porqué carajo sigo pensando en esas cosas si vos increíble y estas ahí conmigo y a R... en fin.
Todo esto para explicarte que quiero saber de vos a otro nivel, que quiero seguir leyendo y hablando con vos y disfrutando tu literatura. Y que sí, que me dolió tanto lo de ayer, me intoxicó y asustó, que voy a estar rara. Esa sensación es difícil olvidarla y bien vale una cura de reposo.


16.3.07

vecina

Me di cuenta que me encantaba espiar a los vecinos cuando me puse a probar el extraordinario zoom de la cámara de fotos que habíamos comprado para mi suegro. Después, le dimos la cámara y me olvidé del tema por un tiempo. Un día, caminando por Florida, le compré unos binoculares de plástico a un vendedor ambulante.
No esperaba gran cosa habiendo gastado solo diez pesos, me sorprendió que tuvieran semejante alcance. Cuando la iluminación era suficiente, el interior de las viviendas de los vecinos, a cien, doscientos metros de distancia, se veía a la perfección.
Ahí empezó el vicio.
Clara no era mi vecina mas linda, ni se paseaba en pelotas tampoco, pero era la que mas actividad desplegaba tras el ventanal en las horas en las que a mi me quedaba cómodo mirar. Llegaba a su casa alrededor de las siete, y siempre que podía, yo estaba esperándola, fumando en el balcón, con todas las luces apagadas. Cuando notaba que se prendía la luz de su ventana, pelaba los largavistas y seguía sus movimientos mas o menos hasta las 9 cuando, por lo general, llegaba Julia del trabajo.
No es que Clara hiciera nada del otro mundo, es decir, hacía mas o menos lo mismo que cualquiera. Llegaba y tiraba la cartera y sus carpetas sobre el sofá (a veces llegaba quince minutos mas tarde de lo habitual y venía con bolsas del Coto). En general se pegaba una ducha a poco de llegar. Antes e sacaba los zapatos a los tumbos, sin sentarse, y enfilaba para el dormitorio, inasequible desde mi punto de observación. Mientras ella se duchaba (tardaba entre 7 y 9 minutos) yo me preparaba mate (mas para llenar con algo ese lapso breve que para tomarlo).
Y entonces ella salía con la cabeza envuelta en una toalla y el cuerpo enfundado en una bata (a veces celeste, a veces blanca). Se desenredaba el pelo mientras caminaba descalza por el living. Prendía la tele pero no le daba mucha bola. Todavía en bata, todavía descalza, ordenaba lo que había dejado tirado por la mañana, cuando, invariablemente, salía apurada. Una ventana mas chica me permitía seguir sus movimientos también en la cocina. No se preparaba gran cosa para la cena, algunos días se conformaba con una fruta y un yogur (chupaba las tapitas luego de sacárselas, feo hábito). A veces se calentaba en el microondas algo que sacaba del frezzer. Comía también caminando por la casa, plato en una mano, tenedor en la otra (por lo visto no ingería cosas que ameritaran usar el cuchillo). Cuando enfilaba para la habitación o el baño la perdía, reaparecía luego fugazmente para volver a desaparecer... Y así.
A veces pasaba mucho rato en la otra estancia de la casa, a veces yo hacía zapping con otros vecinos. Los días que ella no volvía a dormir me sentía un poco triste, Julia, al llegar me preguntaba porqué esa cara, yo le decía que había sido un mal día en el trabajo (y eso a veces no era falso).
Había ligeras variaciones, claro. A veces no se duchaba ni bien llegaba. A veces no prendía la tele, a veces en vez de andar descalza usaba unas chinelas. Pero en general, la rutina se repetía sin cambios sustanciales.
Una vez (solo una) la visitó un muchacho que ella recibió con un beso en la boca. Se dieron unos besos mas, medio jugando. Luego cerró discretamente la persiana.
Un día hizo algo raro. Trajo, desde la habitación de su depto a la que yo no tenía acceso, primero el CPU, luego el monitor, finalmente el resto de los periféricos de la computadora. La instaló sin demasiado cuidado sobre la mesa ratona. Después desapareció por unos minutos, que yo aguardé en tensa expectación. Cuando volvió a aparecer estaba en bolas y sonreía. Se tapaba las partes con una enorme cartulina desplegada en la que había escrito su dirección de hotmail.
Asi que la agregué al messenger y charlamos, ese día, y también los siguientes. Y ahí supe que se llamaba Clara, y que hacía unas cuantas semanas que sabía que yo la espiaba. Supe también que era contadora, que era de Junín, que al principio le había molestado que yo la mirara sin descanso, que había pensado en hacerme gestos obscenos, o en denunciarme, o en pedirle a su hermano que se viniera específicamente de Ranelagh (que allí vivía) para cagarme a trompadas. Pero que luego no hizo ninguna de esas cosas, y al final se había acostumbrado a representar su rutina para mí, y me dijo que si la repetía de modo mas o menos invariable era porque sabía que yo la estaba mirando.
Creo que nos hicimos bastante amigos, tan amigos como el medio lo permitía. Nunca hablamos por teléfono (ignoro como sería su voz), nunca nos vimos personalmente a una distancia menor que la que separaba nuestros respectivos departamentos (fantaseaba con que un día me la iba a cruzar por la calle o en el super, pero nunca sucedió).

No se bien como es que uno se acopla a esta inercia de las relaciones. Nunca nos molestamos en cambiar la forma de contacto, nunca nos quisimos acercar siquiera un poco más. La alenté a que se comprara unos binoculares ella también, para que me viera mejor. Lo hizo. Pero de ahí no pasamos.
Y por Msn hablábamos bastante. Ella dejó la PC en la mesa ratona nomás, y llegaba, se bañaba y charlábamos, no recuerdo mucho sobre qué, no demasiado de nuestros problemas personales, ni de nuestro trabajo. Tampoco de libros o de cine (ella no leía, yo no miro películas). Supongo que de la vida, de boludeces, queseyó.

Cuando tuvo sus propios binoculares, Clara me seguía mirando incluso después de que llegaba Julia. Me acostumbré a representar una rutina para Clara con mi mujer. Julia, sin saberlo, a la mesa, en la cama o en el suelo, era una compañera excelente para mi humilde performance. Y además... bueno, todo eso era un buen tema de conversación para la sesión de messenger del día siguiente.

Habrá durado así unos seis o siete meses. Habrá ligeros matices. Considero que no vienen al caso.
Y si vinieran al caso, no se que podría evocar. Lo que permanece en el recuerdo es una colección mas o menos regular de situaciones y una serie de imágenes recurrentes. Por ejemplo, no podría afirmar que me acuerdo demasiado del rostro de Clara. Lo que recuerdo mas bien es un par de largavistas flotando sobre unos labios rosados que desplegaban una sonrisa fina y sin dobleces, todo enmarcado en definitiva por una pesada cortina castaña, el pelo húmedo un rato después de la salida de la ducha.
Y eso es lo que hubo nomás, lamento decepcionar a quienes esperaban un gran relato. Hay que decir que la historia prometía, si. Pudo haber sido un gran cuento pero es tan solo una pequeña anécdota, un cacho insulso de verdad. Si fuera un escritor sabría como transformarla en algo más. Pero no lo soy, no lo sé, apenas puedo contar lo que pasó.

* * *

La Semana pasada nos mudamos con Julia a un departamento mucho mas grande. De las Cañitas a Nuñez, un gran cambio. Podría pensarse que es ir a menos, que resignamos zona, pero yo estoy contento. No me bancaba mucho Cañitas y Nuñez, la verdad, es un barrio hermoso, tranquilo.
Y ahora ya me conozco en detalle la abierta vista urbana que me regala el nuevo ventanal, ahora con julia ya probamos y negociamos todas las ubicaciones posibles para los muebles, ya mis padres vinieron de visita, ya inauguramos con amigos que volcaron cerveza, dejaron olor a porro en el sillón y vomitaron en el ascensor. Ahora que estamos instalados, camino por el barrio con una minuciosidad nueva, pensando en como voy a estrenar nostalgia cuando me llegue el momento de dejarlo (esta nueva locación, aprovecho para contarles, es transitoria, hay un inmueble en Almagro que me espera, que promete ser mi morada, yo todavía no se cual es, pero lo hay, les juro).
Y ahora que camino por el barrio pienso en Clara, y me detengo extrañado en otra imagen que, advierto, empieza a ponerse insidiosa.
Porque hace un rato medio que les dije una mentira. Les dije que solo recordaba el rostro de Clara tras los binoculares. Y no es cierto. Ni a palos.
* * *
Del departamento de las Cañitas nos fuimos a las corridas. Contratamos el flete para el miércoles pasado, y el martes a la tarde ni habíamos empezado a embalar.
Les voy a ahorrar los detalles de la noche sin dormir, de las peleas de la madrugada del miércoles por la insuficiencia de cajas y el yo te dije que se nos iba a terminar la cinta ancha. Les voy a ahorrar asimismo el lirismo pelotudo alrededor de las níveas partículas de tergopol que se escapaban del puf, del paisaje desolado de las cajas apiladas y los estantes vacíos, del sabor amargo que deja irse.
Pero banquen que les cuento esto:
Antes de guardar los largavistas en una de las cajas los apunté, como es lógico suponer, a la ventana de Clara. Y estaba Clara, a las tres de la mañana, descalza pero vestida de oficina, sentada sobre la la mesa ratona, y mirando hacia la nosotros, hacia el sillón sin funda y los foquitos sin lámpara. Contemplaba, estática, la actividad febril de la mudanza.
Y en eso bajó los binoculares. Y tenía la trompa hinchada, los ojos marrones llenos de lágrimas. Y esa es la imagen que me persigue ahora por las calles de Nuñez.
Vengo del locutorio.
Hace un rato, casualmente, la desadmití del messenger.

23.2.07

sobre moral y literatura

En la audiencia no pasa gran cosa. Después sí.
Fui con F., porque por motivos que no vienen al caso yo no puedo firmar esta vez, asi que R. le dice a F. que nos de una mano y me acompañe.
Con F. había hablado algunas veces por teléfono, y la había visto antes solo una vez. Habíamos hablado de ella con R, y coincidimos en este somero diagnóstico: pese a no tener casi tetas y a que su culo no es gran cosa, F., por algún extraño motivo, está muy cogible.
Trato de descubrir cual es ese extraño motivo mientras, en silencio, o intercambiando trivialidades, ella, la cliente y yo esperamos a que la mediadora termine las actas que acreditan la incomparecencia de la requerida.
Y por mas que intento sigo sin saber que es. Me concentro en su pelo rubio de verdad, sus ojos celestes, de brillo acuoso, su boca de labios finitos rosa claro, su piel blanca y poco lustrosa, su delgadez equilibrada. No lo sé. Hay que hacerle justicia a sus hermosas y sólidas piernas, aun cuando los pies son un epílogo que deja que desear: algo grandes y de uñas toscas; debilitan mi deseo, mas todavía así, embutidos como están en esas sandalias rojas del montón.
Y hay que decir que esos pies, uñas y sandalias no casan mal con ciertas inflexiones de su voz cuando uno habla con ella mas en confianza, escapando a la gélida y estructurada cortesía profesional. “Es bastante guarra” sentenció R. Yo no lo había notado a simple vista. Es que tiene una cierta fachada de delicadeza femenina bastante verosímil, solo con atención se advierten los resquebrajamientos de los bordes.
Pero aun cuando ahora los advierto me sigue pareciendo una mina bastante comestible.
Ya cuando bajamos por el ascensor, terminada la audiencia, intuyo que la cálida contigüidad, forzada por lo reducido del espacio, está lejos de resultarle desagradable. Salimos a la vereda (tarde de caballito, lector, favor de situarse en tiempo y espacio, si me hace la gentileza) y nos deshacemos de la clienta en la primera esquina, luego de tolerar amablemente una última reiteración del rosario de sus achaques de salud.
Supongo que nos vamos a despedir después de cambiar unas palabras amables y unas débiles e inocentes miradas de flirteo (son las dos de la tarde, yo no tengo gran cosa para hacer pero ella no lo sabe, y a esta hora cualquier abogado que se precie tiene aun bastantes pendientes por delante). Sin embargo, me informa que vive por ahí (sola, deduzco) y me invita a tomar un café en su departamento. Puedo anticipar lo que viene y juro que no lo quiero. Son estos los momentos en los que se pone verdaderamente en juego la fidelidad masculina, después es demasiado tarde. Son estos los instantes que hay que conjurar. Son las decisiones equivocadas en este tramo de los acontecimientos las que echan a perder las posibilidades de ser bueno. “Claro” le digo, y me juro (y no me lo creo) que solo voy por un café, y que hasta ahí es lícito llegar.
Todavía podría alegar en mi defensa que todo lo que vino después me tomó de sorpresa. Podría claro, si no hubiera apagado mi celular “por las dudas” ni bien ella enfila a la cocina, luego de que entramos a su departamento. “A lo mejor solo quiere tomar un café “ me digo, en una esperanza en la que se mezclan la decepción y el alivio. Pero la esperanza dura poco, dura hasta que vuelve, descalza, no con los cafés prometidos sino con dos tragos (vasos transpirados/hielo/rodajita de limón).
“Por el calor” es la sumaria explicación del cambio, y me mira de frente mientras termina la frase con un brindis seco contra el vaso que sostiene mi mano inmóvil. Y yo calculo que lo que F. tiene de cogible lo tiene sin duda en el brillo lascivo de sus ojos alzados, en esa media sonrisa de costado, con los labios finitos apretados.
Apoyándome apenas la mano de en el pecho me invita a sacarme el saco (supuestamente por motivos idénticos a los que justificaron el cambio de bebida). Irónica cortesía en el tono, subrayada con una mirada ambigua.
Es este el momento en el que barajo las opciones disponibles y no me cuadra ninguna. Me resulta chocante no sacarme el saco e irme ahora de repente, sin tomarme el trago (o apurándolo y huyendo). No estoy muy seguro de cual es la manera elegante de volver sobre mis pasos hasta el momento en el que estamos en la calle y ella me invita a venir. Todo lo demás ha sido consecuencia lógica de esa aceptación, ha sido un desarrollo por demás coherente, no hay nada que objetar. Me resisto entonces a quebrar esa coherencia inercial, a sorprender a F. de un modo tan poco grato, a obtener de su rostro un rictus de desagrado o una mueca de fino sarcasmo remarcando mi cobardía. Debería decir en mi favor que no tolero el efecto estético de las escenas y los reproches, siquiera los esbozados. No soportaría que se me eche en cara el recular una vez que he llegado hasta ahí. Pero claro, asumo que las mías no son excusas que pueda blandir plausiblemente frente a ustedes.
Ahora bien, frente a estos argumentos no se alza ningún valor de solidez moral que me obligue a actuar de otro modo. De repente, no recuerdo muy bien en que consiste mi moral. O mas bien, entiendo los términos conceptuales del disvalor moral de la infidelidad, pero no siento su peso. No entiendo como el ruido de ese discurso tiene alguna relación con la dirección de mis actos.
Pero si no está presente el peso de la opción moral, si lo está el de la fatiga. Sacarme la corbata, luego la camisa... acciones que me represento de pronto como un esfuerzo mayúsculo, un escenario mucho más cansador que el del coito en si mismo. Todo esto me da mucha paja, pienso. Me da paja romper la inercia de la situación y rajar, me da paja darle al curso de los acontecimientos el impulso natural que se espera de mí.
Creo yo que lo que me termina de decidir es esta imagen: Ella se aleja unos pasos por el living, de perfil, se pone en puntas de pie para buscar un disco en una repisa. El cuadro de sus gemelos perfectos en tensión, las franjas elásticas de musculatura latiendo bajo la carne blanca, y por encima, el movimiento ondulante de la falda del vestido negro hasta la rodilla, holgado en su tramo final, ceñido en el talle.
Supongo que todo eso tiene algún efecto atendible sobre mis terminales nerviosas. Supongo que eso es lo que me pone la pija boba y querendona. Supongo que eso es lo que dispara un impulso (en el que sospecho que no interviene ya nada parecido a la “libre decisión”) de avanzar hacia delante, de tomarla por la cintura (que maravilla de cintura) de besarla con lengua sin preámbulos, de tomar los extremos de la falda de su sencillo vestido negro y sacárselo de un tirón por encima de la cabeza.

Bueno sí, cogemos. Era lo que se esperaba de mi, ¿no?. ¿O acaso algún lector ponía fichas por otro desenlace?. Me pregunto como hubiera sonado, por ejemplo un “No, decidí que no estaba dispuesto a engañar a Julia y luego de ensayar unas torpes excusas me fui. Fue un poco tenso bajar juntos en el ascensor (también estrecho). En el palier nos saludamos incómodos con un beso fugaz en la mejilla, yo evité su mirada. Y ya solo, en esa vereda de caballito inundada por la blancura de un sol cruel, me sentí un poco estúpido pero satisfecho de mi decisión”
¡Que asco! ¿Hay alguna posibilidad de llamarle a eso literatura?. La opción por la inmoralidad es a las letras del siglo XX (o XXI, no me jodan con detalles pelotudos) lo que la tuberculosis a la del siglo XIX: un componente esencial. Que dios nos salve (si existe) de los personajes que eligen las opciones moramente correctas.
Me tomé la licencia de lanzar esta digresión justo en el momento en el que, asumo, los lectores esperaban otra cosa. ¡Detalles!. No voy a darlos. A otra parte con su morbo señores, estoy hablando de algo serio.
Además, bien mirado, ¿qué podría contar?. Que me decepcionó un poco la sequedad de su piel, que sin embargo eso no hizo que remitiera mi erección, como tampoco los hizo la verificación del escaso encanto de sus pezones. Que la llevé a horcajadas a su cama, ya desnudos, la ropa desparramada por el suelo en el otro ambiente. Que usamos forro, que le chupé la concha, que no me chupó la pija ni le solicité que lo hiciera. Que adoptamos la postura del misionero...
¿Que es todo eso (que tanto puede ser cierto como no, lo mismo da) mas que chabacana pornografía, y encima, palabrera?.
Bueno, yo creo que alcanza con que diga que no la pasamos mal. Es decir, que no la pasamos mal dentro de las exiguas expectativas que uno puede tener de un encuentro de este tipo. Porque, veamos: ¿que es lo que se puede esperar realmente del sexo entre dos casi desconocidos?.
El sexo sin amor es uno de los aspectos mas sobrevalorados de la civilización occidental. Suena fulero, incorrecto y hasta bolas tristes decir que no se disfruta gran cosa del mero coito con una fulana cualquiera que uno conoce por ahi.
Pero la verdad es que el coito es una cagada, una mera descarga, la satisfacción de una necesidad vulgar. Está al mismo nivel que la ingesta de un sánguche de miga cuando se tiene hambre.
En ese contexto, en el contexto del relativo pudor por la propia desnudez, del desconocimiento total del cuerpo y las preferencias del otro, de la levísima culpa, de la sensación de no saber bien para que se hace todo eso, de la sorpresa y el desconcierto frente al sabor de la saliva y la piel ajena, de la pregunta inevitable de si uno no la debería estar pasando mejor (¿esto es todo?), puede decirse que no estuvo tan mal. Sumamos un orgasmo cada uno, y ella pareció bastante conforme. Palo y a la bolsa. El orgullo pueril del cazador, el regodeo lánguido de la víctima.
¿Que más puedo agregar?.
Me vestí y me fui. Fue un poco tenso bajar juntos en el ascensor (también estrecho). En el palier nos saludamos incómodos con un beso fugaz en la mejilla, yo evité su mirada. Y ya solo, en esa vereda de caballito inundada por la blancura de un sol cruel, me sentí un poco estúpido pero satisfecho de mi decisión.
* * *

-hola
-hola R., que haces?
-como andas boludo, que hacías?
-ahora nada, hace un rato me cogí a F.
-hijo de puta, me estas jodiendo, en serio?
-si, en serio
-y que tal?
-bien, no se
-pero... y julia, la fidelidad y toda esa historia?
(amigable sorna en el tono).
-...
-vos no eras bueno?
-bueno, si... a veces si, a veces no.

19.2.07

Nada de nada para decir che, salvo hablar un poco de algun libro que estoy leyendo. Finalmente terminé "El intocable" de Banville, depués lei "Pastoral Americana" de Roth, y ahora volví a Banville. Imposturas no me gusta tanto como el intocable, o ya no estoy en el humor adecuado para este tipo de literatura de estilo tan garboso e imágenes tan ricas pero donde la trama avanza mas bien despacio. Además, lo que en El intocable me parecio original y peculiar retorna en Imposturas como mera reiteración. Por momentos olvido que son distintos libros. Idénticas peculiaridades en la voz narradora, identica morosidad en la aparición de los elementos del argumento. Y en los dos, una prosa preciosa, sugerente, extraordinaria, que ya me tiene medio podrido. No se si tengo ganas de seguirlo, dejarlo a esta altura (mas de la mitad) me da cierta pena. Ademas está claro que el tipo escribe bien. Pero me devoran las ganas de leer otras cosas.
Por ahi se pone bueno. Pastoral, por ejemplo, recien me empezó a gustar pasada la mitad. El primer tercio se me hizo tedioso, y despues empezó a repuntar (o le empecé agarrar la mano). La segunda mitad del libro es poderosa como una patada en el paladar, me alegré mucho de no haberlo dejado y haberle tenido paciencia.
Y en general la tengo, desoigo ese consejo que Borges recibió de su padre, la idea de que si la atencion no es conquistada de entrada, ese libro no es para uno y hay que dejarlo.
Igualmente, creo que le estoy errando el viscachazo a los libros que elijo. Emplee el tiempo libre del verano en literatura demasiado pasatista y llana, justo cuando tenía oportunidad de concentrarme mas a fondo y por mas tiempo. Y ahora pretendo leer a Banville en el tren, subiendo el volumen del ipod para no escuchar el sonsonete del manisero.
De Absalon por ahora me olvido.
Se viene menos que cero. Si es como American Psycho está al alcance de cualquier oligofrénico.

31.1.07

dieta y libros

Estar a dieta es un lujo estoico. Es una maravilla. Cansado de comer solo lo saludable y poco calórico, los pedacitos de jamón en una ensalada de hojas verdes me dan tanta alegría que me siento tentado de llorar. Casi lo haría algunas veces, si no estuviera en el trabajo. Hacer dieta es extraordinario, ser estoico lo es, si uno se lo puede permitir. Hacen falta determinadas condiciones socieconómicas, claro. Yo las reuno. No es para cualquiera esto de disfrutar de privaciones programadas.
Ni hablar de lo bien que se siente uno cuando además va al ginmasio. A comprar cansancio, lei por ahi en un libro de un marxista argentino que me aburrió. El cuerpo está delgado y algo (no demasiado) musculoso. Comienza a parecerse a la divina proporción, pero con solo dos brazos y dos piernas, por suerte. Y para mejor, funciona bien: agil, elástico, sin dolores: La piel está mas suave, menos grasa, por comer sano, tersa, ciñéndose al músculo abombado por el ejercicio.
Además dejé de fumar, asi que ya no me agito en las escaleras.
Igual hoy rompí la dieta, y que lindo es hacerlo disciplinadamente, en ocasiones expresamente pautadas. En uno de esos restaurantes españoles de Avenida de Mayo (es desagradable el vocablo “bodegón”) compartimos, Julia y yo una tortilla casi del diámetro de una pizza (bien babé, con chorizo colorado, obvio) un abadejo grillé importante. También nos sirven una ensalada que condimentamos y luego ya no volvemos a tocar.
Y si uno se colma de felicidad con los pedacitos de jamón en la ensalada, imagínense con esto. No hay palabras. Sonrisa boba de felicidad sin dobleces, lo explica todo perfectamente.
Vuelvo al trabajo caminando, siempre por Avenida de Mayo, atontado por la comida copiosa, por las escasas horas de sueño de la noche anterior, por la copita de jerez del principio y la licor de la casa del final. En una librería me compro uno de Sharpe, no se bien para que. En otra “Los relatos”, de Giuseppe Tomasi de Lampedusa. Me hubiera comprado tambien “Los miserables” en cuatro polvorientos tomos, pero pensé en cuando carajo tendría la paciencia de releerlo, y en el precioso lugar que ocuparían esos cuatro mamotretos en el departamento, y lo dejé.
A propósito, la lista de pendientes ya me da miedo, a veces tengo pesadillas en las que me muero (o me quedo ciego) sin haber leido siquiera los que, en la espera, son prioridad, a saber:
Pastoral Americana, de Roth
La rebelión, de Roth
V. y Arco iris de Gravedad, de Pynchon
Carpe diem, de Bellow
Servidumbre humana, de Somerset Maugham (¿Somerset es nombre o apellido?)
La edad de la inocencia, de Warthon
Menos que cero, de Easton Ellis
Quid pro quo, de Bufalino
Atentado, de Nothomb
Los siete pilares de la sabiduría, de T.E Lawrence
Absalom, Absalon, de Faulkner
La muerte en Venecia, de Mann
Imposturas, de Banville
Narrativa breve completa, de Gallardo
Las correciones, de Franzen

Y hay algunos otros que ahora, haciendo la lista de memoria, se me escapan. Quiero otras vacaciones mas para leer todo el tiempo, y no en los ratos que le rasco al día.

Hago una pausa para un café, releo lo escrito y me digo que despues de tanto tiempo sin pintar por mi blog, podría haber intentado postearalgo mejor. Pero no me sale nada. Nada de nada. Admito que soy un boludo feliz sin tema de conversacion. Esto es por estar nomás.
Y aprovecho para decir que el libro de Banville que casi estoy terminando (El intocable, que compre gracias a la reseña que hizo Quintín en su blog) es magnífico, lo mejor que lei en el año. Bueno, no es mucho decir, recien estamos en enero. Apenas puedo compararlo con un puñado, que a falta de algo mejor que hacer, voy a enumerar:
Hasta que te encuentre, de Irving (Es dificil aburrirse con Irving, el tipo es satisfacción garantizada, pero este me parecio como una especie de gran refrito del material de sus novelas anteriores)
Santa Evita, de ya saben todos quien (Podría leer casi cualquier porqueria vinculada con Eva -el cuento de Perlongher sin ir mas lejos- pero leer a Tomas Eloy es un fastidio)
La vida exagerada de Martin Romaña, de Bryce Echenique (es divertido, pero se me hizo un poco cuesta arriba por momentos)
Konfidenz, de Dorfman (entretenido, leible)
El abanico de seda, de See (lloré un poco)
Abril rojo, de Roncagliolo (me gustó el final)
Reviso ambas listas y descubro lo obvio. Los que tengo aun para leer son en promedio mucho mas interesantes que los que lei ultimamente. Lo que me indica que quizá debería seleccionar con un poco mas de juicio mis lecturas y no dejarme deborar por ese afán de leer todo lo que cae en mis manos prestado o comprado en oferta.
En fin, esto termina con un ejercicio involuntario de introspección (por llamarlo de algun modo), aburrido e inútil para quien entre a este blog, algo fructífero para quien lo escribe.

10.11.06

a grandes rasgos

Estos días me estuve acordando de vos otra vez, de como nos conocimos y de como nos divertíamos cuando no teníamos un mango. Que feo era cuando no teníamos un mango, ¿te acordás?, no podía entrar a una librería -siquiera la mas pedorra- sin que me doliera la panza por todo lo que no me podía compar. Debe ser por eso que ahora por cada libro que leo me compro cinco, y así en el mínimo departamento que compartimos con Julia ya no queda espacio ni para movernos. Hay libros en horizontal sobre la estantería, casi llegan hasta el techo, y hay libros en la alacena, en bolsas de carton de esas de la ropa de marca, bajo la mesa ratona, en todos los cajones, y en el piso, obvio. Hay uno de Anais Nin, "Pajaritos", pero ese Julia lo puso en la heladera, no se lo que me estará queriendo decir la muy turra. Todo el tiempo me deja mensajes con los libros. Quiero decir: no en los libros sino por medio de los libros. Por ejemplo, al otro día de esa reunión de mierda de mi trabajo nuevo, llena de garcas, donde todas las minas eran auténticas serpientes y ella, hipócrita y encantadora como nunca, las eclipsó a todas y fue la reina del festín, encontré "La feria de las vanidades" entre el bollo de la ropa que habíamos usado para el convite; ahi estaba el bodoque, como diciendome "¿viste? puedo ser Becky Sharp cuando me viene en gana". Por ejemplo, hoy que llegué a casa, listo para escribirte, encontré en el balcon los restos carbonizados de mi ejemplar de "El pasado". Encima lo adivina todo la muy hija de puta, por suerte no me quemó ningún libro de los buenos, sino creo que la mataba.
Bueno, de cuando no tenía plata para libros te decía que me acordaba, pero en fin, que algo de plata teníamos, solo que la usabamos para otra cosa. Para coger, digamosló, que todo lo demás nos importaba menos. Yo vivía con mis viejos y vos con lo tuyos, que al principio se bancaban que yo me quedara a dormir en tu casa, pero despues, a la hora de las comidas, si yo estaba ahí el ambiente se ponía tan espeso... que se yo, nunca me entendí bien con tus progenitores, jodido asunto ese.
En fin, que me acuerdo, andábamos de telo en telo. ¿Vos te acordás? nos escapabamos de la facultad, ese cuatrimestre no fuimos ni a la mitad de las clases, cenábamos en cualquier bolichón para no gastar demasiado, y yo ya te iba calentando la oreja mientras comíamos. Para el momento de pagar vos ya te mordías el labio de abajo medio así y me decias "me estoy mojando.." y ya estabamos los dos mas calientes que negra en baile, asi que enfilábamos para algun hotel mediopelo de once o de la zona de facultad de medicina, a veces (y con suerte) alguno un poco grasa de recoleta o, eventualmente, Belgrano. En cualquier caso, n
inguno que costara mas de treinta o cuarenta pesos (alguna vez, en plan de festejo quizá nos permitimos un hidro o una ducha escocesa). Pero claro, tampoco uno en el que hubiera sabanas sucias, gente jodida o cucarachas (a vos te hubiera chupado un huevo, eras tan desprolija como nadie, y si bien no eras sucia te tenía bien sin cuidado la mugre ajena, y en cualquier caso, a compañias peores estabas acostumbrada -la de tu viejo y tus hermanos sin ir mas lejos- pero yo era entonces tan cagon y remilgado como lo soy ahora).
A veces teníamos que caminar veinte o treinta cuadras para dar con alguno que cerrara con el perfil (el taxi, un lujo imposible, y los bondis, nunca supimos cual paraba acá o allá o para donde carajo iban). Veinte o treinta cuadras caminando con la pija dura, llevando el bolso cruzado del lado de adelante para que no se notara. Y vos encima , hija de puta, en un semáforo o un cruce aprovechabas para franelearme, solo por hacerme sufrir.
Cuestión que llegábamos, pagábamos y casi que nos ibamos sacando la ropa por el pasillo, camino al cuarto. Ni habíamos corrido el pestillo de la puerta y yo ya te estaba manoteando una teta o mandandote los garfios por debajo del vestido, que desesperado que estaba.
Te voy a decir la verdad, mucho después, con otras minas, he garchado mejor que esas veces, he disfrutado más, incluso con Julia hemos llevado el asunto a extremos de placer y refinamiento en la práctica mucho mayores, pero en cambio, no recuerdo que nunca más haya garchado con tanto desenfreno y frucción, como animales, como los perros. Jadeantes, sudorosos y olvidados de todo, una y otra vez, y otra vez mas, cogíamos hasta que a mi me dolía la pija o hasta que me quedaba idiota de cansancio. Hay que decir que por la época eyaculaba bastante pronto, pero también que eso nunca fue obstáculo para que gozáramos los dos. Cierto exceso de energía, cierto ánimo bestial, compensaba con creces cualquier eventual falta de pericia.
Pernoctábamos y al otro día, despues de acabarnos el desayuno (que a veces era un auténtico asco y ni nos enterábamos) nos echabamos otro polvo, y generalmente despues nos peleábamos por alguna idiotez para reconciliarnos al rato, y terminábamos llorando abrazados y desnudos, en la cama hecha un desatre en la que, casi en trance, nos hacíamos toda clase de juramentos de una eterna vida juntos (y ahí uno de los dos mentía un poco, y no eras vos). Y de ese sopor de tristeza y promesas nos sacaba la voz agria del hombre o la mujer de la recepción, que nos hacía saber que eran las doce menos diez del mediodía y que en breve nos vencía el turno, y yo (siempre atendía yo) le decía que ya ibamos, y volvía a entregarme al sopor triste otro rato. Diez minutos después los de la recepción volvian a la carga, ya con tono mas perentorio, y entonces nos teníamos que vestir a los pedos, y salir sin siquiera bañarnos, desgreñados y apestando a sexo, todo para que nos nos cobraran el recargo.
Al salir, la luz del día nos parecía un desatino, un aborto de la naturaleza (decime vos en cuantos de los cuartos de hotel en los que dormimos había ventana, yo creo que en uno de cincuenta), no entendíamos nada y por un rato nos quedábamos así, en la puerta, confundidos, viendo los chicos que volvían del colegio, las jubiladas y las mucamas con el carrito de la compra, los diarieros ofreciendo cansinos una mercadería que a esa altura ya era vieja. No sabíamos que carajo hacer, no sabíamos como empezar un día que nos había sacado varias horas de ventaja.
No nos queríamos separar aun, eso estaba claro, así que vos llamabas al trabajo y decías que estabas enferma, y siempre te creían (ventajas de que el jefe esté caliente con uno, que le dicen). Yo no tenía ningún trabajo, salvo algunos alumnos a los que les daba clases particulares de inglés, pero los pibes ya estaban acostumbrados a que los colgara, algunos hasta me hacían la gamba y no les contaban a la madre.
Despues comíamos algo por ahí y nos pasabamos la tarde entera caminando por el barrio que nos tocara en suerte. Mirábamos vidrieras, nos metíamos en un Musimundo o en una librería a sufrir un rato, entrábamos a todos los museos en los que no cobraran entrada, jugabamos a las carreras en los fichines (siempre ganaba yo, pero igual vos no te cansabas de jugar) y caminábamos, por sobre todas las cosas caminábamos y charlábamos, a falta de algo mejor que hacer.
La calentura regresaba, puntual, a las siete, asi que dábamos con nuestros cuerpos baqueteados en alguna plaza, chapábamos ahi y empezaba a no importarnos un carajo de nada. En algun rincón discreto, con el mayor de los recatos, nos mandábamos la mano allá donde no da el sol y nos aliviabamos recíprocamente.
Si aun nos quedaba un mango cenábamos algo por ahí y seguiamos caminando hasta entrada la noche, y nunca nos cansábamos de hablar, o en una de esas nos peleabamos (por una pelotudez, seguro) y andábamos, enfurruñados pero juntos, eso sí, siempre juntos, nunca una puteada en la primera esquina y cada uno por su lado, por mas enojados que estuvieramos, de separarnos, nada.
Te acompañaba hasta tu casa y me tomaba el tren a la mia. En ese viaje no leía, imposible hacerlo. Solo me detenía a pensar, de modo algo confuso, en qué carajo estaba haciendo. Me decía que eso así no iba a ningun lado, que había que ponerse las pilas, que había que organizarse y tener una relación madura, que por mas encajetados que estuvieramos lo teníamos que manejar mejor. Pero que joder, dos días despues te veía en la facultad con tu pantalón azul a rayas y tu escote (que atorranta fuiste siempre para los escotes, me encantaba) y ¡zas! vuelta a empezar...
Días jodidos eran los viernes y los sábados. Ahí el pernocte empezaba tarde (entre las dos y las cuatro de la madrugada). Y con dos horas de turno no hacíamos nada. Además, para esperar estabamos demasiado calientes, y si nos quemábamos las dos horas tan temprano, despues ¿que carajo hacíamos?. Decí que la cosa arrancó en primavera, así que, luego de vencidos tus primeros temores, esos días nefastos terminábamos garchando en los bosques de palermo (siempre con el ojo atento a algún degenerado que se nos quisiera prender en la joda) o mejor aun, en esa plaza de la Avenida Parque, cerca de lo de tus viejos (pocos lugares públicos hay tan adecuados para el amor carnal como esa plaza). Reconozco que vos no lo disfrutabas gran cosa (tan temeraria para otras cosas tan cagona para el sexo en la vía pública) pero yo lo necesitaba tanto...
Bueno, a ese ritmo tu sueldo de todo el mes no nos duraba ni diez días. Mis clases, bien gracias, y algun sablazo le pegaba a mi viejo pero la buena onda se le acabó pronto, sobre todo cuando se avivó de que un billete de 100 equivalía a que yo desapareciera casi dos días enteros y volviera hecho una ruina y sin ganas de explicarle nada a nadie. Que buena mano nos hechó tu abuela en eso, que suerte que tuvimos de que por la época en que nos conocimos y nos volvimos locos ella ya estuviera agonizando y vos tuvieras la banelco de la cuenta donde depositaban su pensión. Ey, ya te imagino indiganada por este último inciso, no te lo tomes a mal, ya se que sufriste mucho la pérdida de tu abuela, la querías mucho, y yo también la hubiera querido si nos hubieramos llegado a conocer, ya sé que fue un bajón. Y no me vas a negar que en eso yo me porté como un duque y te hice el aguante como nadie en sus últimos días (me acuerdo sobre todo, esas noches en vela en la escalera del sanatorio, y la enfermera de tu abuela que se acercaba y te decía si querías rezar con ella, y vos: "No, perdone y gracias pero yo rezo sola").
Y no me vas a decir que antes de eso, mientras ella estaba internada, no la pasábamos genial haciendo mierda la plata de la vieja en telos y restoranes de baja estofa. Reconocemeló, solo gracias a ella tirábamos hasta fin de mes (o casi) garchando día por medio. Y no me lo podés negar, bien que lo disfrutabas, si a veces a media tarde, luego de zafar de la facu, nos hacíamos una escapadita al sanatorio, yo te esperaba leyendo en el bar de abajo, y después, derechito a la pizzeria y luego al cogedero. No se si estará bien o estará mal (el administrador de sus bienes seguro que lo hubiera considerado pésimo, pero vos eras una leona dibujando los numeros, já), en todo caso que nos juzgue dios, si existe y le importamos, pero no me digas que no nos lo pasamos superbién.
Igual, el chorro de esa guita se agotó un mes después de que muriera la buena señora. Pero nuestra sed de sexo no se habia aplacado ni un poco (ya llegaría el tiempo del declive, vino con el invierno siguiente, no sé si lo notaste) así que algo había que hacer. Decí que tu abuela nos siguió dando una mano incluso desde adentro del jonca, que grosa la vieja. Ella no solo te dejó un depto para vos solita en mardel (si tendrás orto, ¿no?), ese que ahora -terminada la sucesión y corrida ya mucha agua bajo el puente- vendiste para poder mudarte con el fulano ese del que prefiero ni acordarme, sino también algunas cositas para que las hicieras plata en caso de necesidad (en serio, la vieja era una genia, lo entendía todo). Estaban las piezas de porcelana esas, que pudentemente te había aconsejado vender de a una en los negocios de antigüedades de Suipacha. Unas piecitas de un oro medio pedorro también, con las que entrábamos a todos los locales de Esmeralda hasta que alguno se distraía y no les hacía la prueba esa de la lima y el líquido negro, y las terminaba pagando por algo más de lo que valían.
A vos te costaba desprenderte de esas cosas, por el valor sentimental que les asignabas digamos, y convengamos que nunca te presioné, pero tarde o temprano la calentura podía mas y las terminábamos haciendo guita.
¿Te acordas de la estola de visón? Esa al final no la vendiste, pero pocas cosas nos han hecho divertir tanto. ¿Te acordas o no?. Como no teníamos idea de cuanto nos podían llegar a dar, entramos a ver cuanto costaba una nueva en todas los negocios de Florida. Y a todas esas vendedoras hipócritas y rastreras, que nos dejaban pringosos con el almíbar de su falsa gentileza, les hacíamos el verso. Que yo estaba buscando una estola así y asá para mi abuela que cumplía no se cuantos, y vos te la probabas, y que divinos los nietos que le van a hacer un regalo bárbaro a la abuela. Y a cada lugar que entrabamos el verso adquiría nuevas dimensiones y salíamos del local cagándonos de risa. En serio che, que nos cagamos de risa con eso toda una tarde y la pasamos tan bien...
Y en plena calle Florida, de repente, nos miráabamos a los ojos y nos olvidábamos de todo, pensábamos que eramos tan especiales, que eramos el uno para el otro, el amor nos desbordaba, nos dabamos un beso hermoso en mitad de la peatonal. Que lindo era, lo pienso ahora y lloro un poco ¿sabes?. Esos eran los tiempos en los que nos decíamos "te amo" cada cinco minutos y la vida tenía tanto sentido que la alegría de estar vivos nos hacia doler el pecho. Que tarados.
Así duró.
Es cierto, cuando nos enfriamos un poco hasta se convirtió en una relación estable, agradable, amena incluso. Todas palabras repulsivas para referirse a una historia de amor, ¿o no?. En fin, eramos buenos compañeros, nos gustaban los mismos libros, yo pegué un buen laburo y los problemas de guita dejaron de incomodar. En suma, que en el fondo estabamos lo que se dice bien.
Pero aceptémoslo, vos sabes mejor que yo lo que se había perdido. Cualquiera que leyera esto, a esta altura sabría lo que se había perdido. Y en estos asuntos no hay marcha atrás, lo sabe cualquiera.
Las cosas se murieron de a poco, como es de estilo (usaría el verbo marchitar, pero me repugnan las flores y todo vocablo que las evoque). Primero se redujo la frecuencia del "te amo", despues dejo de ser regla implícita el llamado telefónico al menos una vez al día. Al tiempo se me olvidó alguna fecha importante, un descuido entendible, nada del otro mundo ¿o no?. Creo que fue mucho mas serio la vez que no pasé tu cumpleaños con vos porque al otro día tenía tantísimo trabajo, y encima había que madrugar.
Cuando me quise acordar miraba otras tetas y otros culos con demasiada frecuencia. Pero nunca te engañé, ¿eh?, en eso soy consecuente, la fidelidad me importa un bledo, pero la mentira (cualquier mentira, fuera de la profesión al menos) me parece un asco. Te propuse abrir la pareja, coger con terceros, hasta te dije que estaría bueno que empezaras probando vos, que estaba todo bien. No quisiste y me la banqué. Todo bien.
Yo calculo que a esa altura estaba todo mas o menos claro, no me vas a decir que te tomé de sorpresa. Vamos, que si algo te tomo de sorpresa es porque te has resistido a ver lo evidente.
No quiero hablar de los meses fríos, la verdad esa parte démosla por sabida. Ese fue el único invierno malo de mi vida. No quiero hablar tampoco de lo que me costó elegir el bar para dejarte ni de como me quemó ese ultimo beso en la boca que me diste a la fueza cuando nos volvíamos en el taxi. Te dejé en tu casa y le dije al tachero para donde seguíamos. "No voy a provincia, pibe", me contestó. Así que hice tres cuadras mas y me bajé en Avenida Congreso.
Era miércoles. Era madrugada.
Y seguí caminado por horas. Patee Congreso arriba, ni se hasta donde, abrigado como nunca pero sufriendo el frío. Caminé fumando, porque volví a fumar esa noche.
Y a grandes rasgos, eso fue todo.